No ha habido ningún economista mínimamente preocupado por la realidad que no haya realizado, durante la semana pasada, alguna valoración sobre el clamoroso error de Reinhart y Rogoff sobre el peso de la deuda pública en las perspectivas de crecimiento económico. Su artículo, publicado en 2010, ha sido pieza clave para el fundamento intelectual de las políticas de austeridad que están asolando la eurozona, a este lado del atlántico, y de los intentos republicanos por reducir drásticamente el déficit y la deuda pública en Estados Unidos.
Reinhart y Rogoff establecieron un límite de referencia en la ratio deuda pública/PIB del 90%, a partir del cual el crecimiento económico se ralentizaba de manera sustancial. Este “descubrimiento empírico” llevó a que sus conclusiones formasen parte del argumentario habitual de los amantes de la austeridad, como por ejemplo, el comisario Olli Rehn, quien, en su carta dirigida a los miembros del Eurogrupo, el Banco Central Europeo, y ECOFIN, se referenciaba directamente en las conclusiones del mismo:
It is widely acknowledged, based on serious research, that when public debt levels rise about 90% they tend to have a negative impact on economic dynamism, which translates into low growth for many years.
(Está ampliamente reconocido, basándose en investigaciones serias, que cuando los niveles de deuda pública suben sobre el 90% tienden a tener un impacto negativo en el dinamismo económico, que se traslada en bajo crecimiento para muchos años)
Tras numerosos análisis, se ha constatado que las conclusiones de este estudio son erróneas, poniendo en tela de juicio la relación directa entre alta deuda pública y bajo crecimiento que ellos expresaban en el texto. La relación existe, pero ni tiene la intensidad que ellos habían señalado, ni el 90% de la ratio deuda/PIB es un límite significativo para dicha relación. Los autores utilizaron arbitrariamente algunos datos y se equivocaron en las fórmulas volcadas en la hoja Excel que usaron para el artículo.
La chapuza de Reinhart y Rogoff ha sido el tema económico de la semana. Krugman ha aprovechado para sacar todo su arsenal de crítica a las políticas de la austeridad. En España, José Carlos Díez publicó un acertado análisis en Eldiario.es y hasta Luis Garicano en Nadaesgratis, blog generalmente poco amigo de las políticas expansivas, ha cargado contra el artículo y, de paso, contra los desastrosos efectos de la austeridad. Un buen resumen del debate se puede encontrar en el fabuloso blog economía en dos tardes.
En realidad, llueve sobre mojado. El error de Reinhart y Rogoff complementa el mea culpa lanzado por Blanchard en enero de este mismo año, cuando reconoció que había infraestimado el valor de los multiplicadores fiscales que daban base a la política de consolidación fiscal. El propio Fondo Monetario Internacional, en la reunión de primavera con el Banco Mundial que acaba de terminar, alertaba de que las políticas de austeridad indiscriminada están condenando a Europa a un largo período de atonía económica.
Equivocarse es humano. Dejarse cegar por la arrogancia y no contrastar resultados empíricos, tristemente también, y los economistas son seres humanos, no adivinos ni profetas. Lo que empieza a no tener perdón posible es no rectificar las acciones que se derivan de estos fundamentos erróneos. Sin embargo, y hasta la fecha, la Comisión Europea no ha analizado los efectos que, sobre su política, tiene el reconocimiento de dichos errores. Todo hace suponer que, en contra de toda evidencia empírica, la política europea de recortes y austeridad seguirá su rumbo, sin ningún tipo de reconocimiento ni rectificación. Bien al contrario, en el castellano dicho de “sostenella y no enmendalla”, los jinetes de la austeridad se refuerzan en sus posiciones, haciendo caso omiso a las voces, cada vez más numerosas, que piden un cambio en la orientación de la política económica en la eurozona.
La conclusión es inquietante. A la vista de estos resultados, cabe preguntarse honestamente qué grado de solidez científica tienen los fundamentos intelectuales de las políticas de austeridad que tanto sufrimiento social están generando. La respuesta es evidente: muy débil. Los economistas “serios”, que se apoyan en la corriente principal de la teoría económica, deberían tomar nota de estos errores y acercarse de manera más humilde y menos soberbia a otras corrientes de la economía que no comparten sus postulados y sus premisas.
Cabe en cualquier caso preguntarse hasta qué punto las conclusiones de la ciencia económica guían realmente los objetivos de política económica o si, por el contrario, buena parte de la misma no tiene más fundamento que la pura ideología o defensa de intereses concretos. Si los resultados de la aplicación rigurosa de la ciencia económica no tiene efectos en la determinación de la política económica, el problema no es técnico, sino político. Si tras estos resultados, a todas luces incuestionables, la Comisión Europea y el Eurogrupo no cambian sustancialmente su línea de política económica, estaremos sin duda ante uno de los mayores escándalos intelectuales de la historia de la construcción europea.
Este artículo ha sido publicado en infolibre.es
Por José Moisés Martín. Miembro de Economistas Frente a la Crisis.