Había llegado a preocuparme, la verdad. Compréndanlo, llevamos años escuchando los aullidos de dolor del PP y asistiendo a su denodada lucha contra el independentismo catalán, y uno no es de piedra. Sufría por ellos, que hasta la aparición de Ciudadanos asumían en solitario la defensa de la unidad de España. Me habían convencido de que convocar referéndums de pacotilla pasándose la ley por el forro, desafiar abiertamente las reglas constitucionales, planear declaraciones unilaterales de independencia y otras actividades del actual Gobierno de la Generalitat era algo propio de grupos antisistema.

Pensaba que abucheos al Rey y al himno de España como los previstos para esta noche en el Camp Nou les herían sinceramente. A mí lo del 'procés' nunca me ha quitado el sueño, y los abucheos no me producen ni frío ni calor. Pero respeto los sentimientos ajenos, incluyendo los del PP. Incluso estaba de acuerdo con el PP cuando se quejaba de que CiU hubiera convertido el Ayuntamiento de Barcelona en un instrumento financiero de la Generalitat. Como contribuyente barcelonés me consideraba víctima de un expolio. Ya ven qué ingenuo.

Ahora descubro que todo esto iba de broma. Simple comedia. ¿Qué ha hecho el PP en cuanto Ada Colau ha ganado las elecciones? Poner sus concejales al servicio del independentista Xavier Trias, el alcalde derrotado, para mantenerle en el cargo y dejar a Colau en la oposición. Votar a favor de Trias es lo que ha venido haciendo el PP durante los últimos cuatro años. Y, bien pensado, se comprende. Al fin y al cabo, 'procés' más o 'procés' menos, 'populares' y convergentes llevan décadas haciendo negocios juntos. Son más que socios. Son colegas. Se reconocen unos a otros. En el fondo, los del PP consideran a Artur Mas como uno de los nuestros. ¿No está procesado el PP por corrupción? ¿No han embargado los tribunales la sede de Convergència, también por corrupción? ¿No defienden la misma política económica? Apartando el trampantojo del 'procés', ¿no son esencialmente lo mismo?

Me quedo mucho más tranquilo sabiendo que lo del procés, lo de la malversación de fondos del consistorio barcelonés, lo del sectarismo de TV3 y demás fenómenos paranormales carece, para el PP, de auténtica importancia. Y si no es importante para el PP, ¿por qué va a serlo para los demás? Lo esencial para el PP es cerrar el paso a Ada Colau, que desde la Alcaldía de Barcelona podría convertir España, según dicen los que mandan, en un remedo de la Camboya de Pol Pot.

Antes, la derecha decía de España aquello de «antes roja que rota». Eran otros tiempos.

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